“De lo que no cabe duda es de que nos encontramos ante un profundo amor”. Así define el profesor Manuel Fernández Álvarez la relación entre el joven príncipe Felipe y la dama de la Corte Isabel de Osorio, la primera mujer en la vida de quien estaba llamado a convertirse en el rey del mundo. Una gran pasión que la Historia se ha empeñado en ignorar. Aunque con intermitencias, los quince años que duró el romance atestiguan la importancia que tuvo para Felipe. Sus ecos se extendieron por toda Europa y, con el tiempo, llegarían a figurar en los orígenes de la Leyenda Negra amañada por uno de los peores enemigos de Felipe II, el príncipe Guillermo de Orange. En su Apología lo acusaba de bígamo por haberse casado con María Manuela de Portugal, su primera esposa, cuando ya lo estaba con Isabel de Osorio. Es más, da por hecho que quien se encargó de negociar este matrimonio clandestino fue Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli. Jamás se ha demostrado la verosimilitud de tan graves acusaciones, aunque en el caso de los dos hijos que también le atribuye a la pareja y de los que detalla sus nombres, Pedro y Bernardino, existen, sin embargo, indicios más que razonables de que pudieran ser, en efecto, bastardos de Felipe. “¿Hubo hijos de esas relaciones? – se pregunta Fernández Álvarez –. Es bien posible y eso explicaría aún más la generosidad del Rey desplegada en 1557”. El año de la magna victoria de San Quintín. Tenía treinta años. Su corona salía reforzada, pero su soledad también. Para entonces ya sabía que no podría convertir a Isabel en su esposa.
Alojamiento cerca de Plaza San Giovanni
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